Introducción: Por Qué Debe Importarte China
Para los peruanos, China no es una opción geográfica distante sino una realidad económica inmediata. China es el destino del 30-35% de nuestras exportaciones y consume cerca del 60% del cobre peruano, además de ser el principal comprador de zinc, plomo, hierro, harina de pescado y productos agrícolas como arándanos, paltas y uvas. Cuando China crece, los precios de commodities suben y la economía peruana florece. Cuando China se desacelera—como ocurre actualmente por su crisis inmobiliaria—los precios caen drásticamente, las acciones mineras se desploman, y nuestro crecimiento se frena. La Bolsa de Valores de Lima mantiene una correlación directa con los índices chinos precisamente porque las mineras representan el 40-50% de su capitalización. Invertir en el Perú sin entender a China es, fundamentalmente, invertir a ciegas en un derivado de fuerzas que escapan nuestro control.
Sin embargo, comprender a China requiere más que analizar indicadores económicos. Requiere distinguir entre dos realidades superpuestas: la civilización china milenaria y el sistema político que actualmente la controla. Esta distinción es crucial porque explica las contradicciones fundamentales que definen a la China contemporánea.

El Parásito Político: El Partido Comunista Chino
La Contradicción Fundamental
El Partido Comunista Chino llegó al poder en 1949 con una promesa de modernidad y progreso. Sin embargo, durante casi la mitad de su mandato—los treinta años bajo Mao Zedong—dedicó recursos y autoridad a un objetivo paradójico: desintegrar y eliminar la misma cultura china que ahora afirma heredar. Esta contradicción fundamental entre el proyecto político del PCCH y la esencia de la cultura china es la clave para entender la China actual.
Durante la Revolución Cultural bajo Mao, el PCCH identificó la cultura tradicional como obstáculo para el desarrollo ideológico. Lo que siguió fue un período de supresión sistemática caracterizado por contracción económica y muertes masivas, todo ejecutado bajo el pretexto de modernización. A la muerte de Mao en 1976, el PCCH optó por una estrategia de amnesia institucional: ignorar completamente las atrocidades cometidas. Este patrón—poder político acompañado de revisión histórica—se perpetuaría durante décadas.

La “Contrarrevolución Económica”: El Milagro de Deng Xiaoping
En 1978, Deng Xiaoping llegó al poder y realizó una comparación reveladora entre China y otros países asiáticos. Esta comparación lo condujo no a cambios políticos, sino a lo que podría describirse como una “contrarrevolución económica”: la apertura gradual a mecanismos de mercado mientras se mantenía el control político absoluto del PCCH.
El crecimiento de treinta años que siguieron no fue resultado de la ideología comunista, sino de cinco factores confluentes: una herencia económica devastada que permitía mejoras incluso con políticas moderadas; una ventaja demográfica de población masiva sin opciones de empleo que garantizaba mano de obra barata; capital extranjero que transformó a China en fábrica mundial; acceso a mercados occidentales que abiertos sus puertas a productos chinos; y represión financiera sistemática que obligaba a la población a invertir sus ahorros en bienes raíces y empresas privadas—capital que el PCCH capturaba para infraestructura.
Políticamente, el PCCH mantuvo control absoluto. Pero económicamente, permitió la expansión del sector privado en industrias no consideradas estratégicas: bienes raíces, tecnología, educación privada. Esta dicotomía—poder político sin liberalización económica—fue la fórmula del crecimiento. Crucialmente, durante este período la represión cultural disminuyó. No por ideología, sino por pragmatismo: una población menos oprimida era más productiva.
La Recentralización: El Retorno al Control Total
Con la ascensión de Xi Jinping en 2012, la política cambió drásticamente. El crecimiento económico había creado algo que el PCCH nunca toleró: competencia de poder y admiración pública hacia figuras no partidarias. Jack Ma, fundador de Alibaba, se convirtió en 2020 en una figura más admirada que el mismo presidente.
Esto no podía continuar.
El objetivo económico de la última década ha sido claro: incorporar nuevamente bajo control directo del PCCH todos los sectores económicos privados. Las regulaciones se intensificaron contra la tecnología (control de datos y algoritmos), bienes raíces (restricciones de financiamiento), y educación privada (prohibición de lucro). El resultado fue predecible: colapso del sector inmobiliario.
Las dos principales empresas inmobiliarias chinas—Evergrande y Country Garden Holdings—enfrentan reestructuración por insolvencia. Millones de compradores han pagado completamente por apartamentos que no reciben. El 40% de las carteras de los bancos estatales está concentrado en bienes raíces—una burbuja creada por incentivos perversos del propio PCCH que permitía a desarrolladores usar dinero de clientes actuales para financiar proyectos nuevos. Cuando el PCCH intentó frenar este esquema, aceleró un colapso que su propia política había generado.

La Falacia de la Herencia Cultural
En la última década, el PCCH ha adoptado un nuevo discurso: afirma ser heredero de la milenaria cultura china. Esto es una falsedad fundamental. El PCCH es, bueno, comunista—europeo en su ADN, no chino.
El PCCH no es heredero de la cultura china; es su antítesis. Donde la historia china mostró mercados dinámicos, el PCCH impone monopolios estatales. Donde existió innovación privada, el PCCH demanda control centralizado. El tamaño del aparato de seguridad interna del PCCH es revelador: el personal dedicado a control doméstico supera al del ejército. Los gastos en represión interna exceden los militares.
¿Por qué? Porque existe una brecha irreconciliable entre lo que el PCCH exige y lo que la cultura china es. Un gobierno auténticamente compatible con su población no requeriría esta vigilancia omnipresente. El PCCH teme lo que todo régimen autoritario teme: sus propios ciudadanos. Teme lo que llama “contaminación intelectual”: libertad de prensa, democracia, derechos de asociación, sindicatos independientes—todas características que la cultura china valora pero el PCCH no tolera.
Las consecuencias son predecibles y contraproducentes: reducción de empleo privado, disminución de productividad, fuga de capital, y migración masiva hacia Singapur, Japón, Corea, Tailandia y Occidente. Todo esto es evidencia de una situación parasitaria: el PCCH consume recursos de la economía china pero produce poco valor neto. De hecho, produce destrucción de valor.

La Maravillosa Cultura China: Cinco Mil Años de Resiliencia
Para entender por qué el PCCH es parasitario, primero debemos entender qué es lo que parasita. La cultura china representa un fenómeno histórico sin paralelo.
Una Civilización Sin Punto de Inicio
La Cultura China se distingue de todas las demás civilizaciones por una característica extraordinaria: no tiene un punto de inicio histórico claro ni un mito de fundación definido. A diferencia de los Incas con sus Hermanos Ayar o los romanos con Rómulo y Remo, la historia china no comienza, sino que se restaura. El Emperador Amarillo no fundó China, sino que la restauró a su gloria anterior. Este concepto de restauración, más que de creación, permea toda la historia china.
De manera similar, Confucio no creó una nueva filosofía, sino que buscaba restaurar patrones antiguos de interacción social y familiar, basados en moralidad e interacción correcta en todas las esferas humanas. El confucianismo representa un retorno a virtudes de épocas anteriores—una restauración perpetua de lo que se consideraba un orden ideal previamente existente.
La Continuidad Escrita
Otra manifestación extraordinaria de esta continuidad es el sistema de escritura. Aunque ha experimentado modificaciones, los ciudadanos educados del siglo XXI pueden entender la escritura del siglo II a.e.c. Esta capacidad de leer textos antiguos directamente, sin traducción, es prácticamente única en el mundo y refuerza la conexión continua con la tradición durante milenios.
Un mecanismo crucial que permitió mantener esta continuidad fue el sistema de exámenes de admisión para funcionarios gubernamentales. No eran exámenes técnicos, sino profundamente culturales. Los aspirantes debían demostrar maestría en los escritos de Confucio, literatura clásica, poesía y caligrafía. Este sistema garantizaba que los administradores del estado tuvieran una conexión viva con la tradición, perpetuando la misma cultura durante dos mil años.
Innovaciones Tecnológicas Milenarias
Más allá de la continuidad cultural, China inventó docenas de tecnologías fundamentales, siglos o incluso milenios antes que Occidente: seda (4,000 a.e.c.), té (2,700 a.e.c.), alcohol (1,600 a.e.c.), bronce (1,700 a.e.c.), hierro (1,000 a.e.c.), papel (105 e.c.), porcelana (600 e.c.), imprenta móvil (960 e.c.), pólvora (1000 e.c.), brújula (1,100 e.c.), reloj mecánico (725 e.c.). Cada invento revolucionó su respectivo ámbito.
En medicina, China desarrolló la vacunación contra la viruela con precisión notable, documentada en 1549. Occidente no la adoptaría hasta 1796—casi 250 años después. La superioridad tecnológica de China se mantuvo hasta el siglo XIX.
China también demostró supremacía naval sin paralelo. Entre 1405 y 1433, el almirante Zheng He dirigió siete expediciones que constituyeron el mayor esfuerzo naval jamás realizado en la era pre-moderna. La primera expedición contaba con más de 300 barcos, incluyendo 62 baochuan (barcos del tesoro) de aproximadamente 120 metros de eslora—el doble de grandes que los buques europeos de la época. A comparación, la Armada Invencible española, más de un siglo después, contaba con menos de 200 barcos. La flota de Zheng He visitó puertos desde Vietnam hasta Somalia, estableciendo relaciones diplomáticas con más de treinta territorios.
Innovaciones Económicas y Conceptuales
China también desarrolló conceptos económicos fundamentales que aparecerían en Occidente milenios después. El papel moneda, inventado alrededor del 900 e.c., revolucionó el comercio mucho antes de su adopción occidental.
Después de la muerte del Emperador Wu, cuyo monopolio de sal y hierro había alterado el sistema de libre mercado, su sucesor organizó debates públicos sobre si era preferible que el Estado mantuviera control o si debería revertirse al mercado libre. La decisión fue favorecer el mercado libre. Esto ocurrió 1800 años antes del nacimiento de Adam Smith, quien es tradicionalmente acreditado con la teoría moderna del libre mercado.
China también inventó el género de la novela histórica en el siglo XIV. “Romance de los Tres Reinos” cuenta las interacciones de aproximadamente 1,000 personajes históricos durante un siglo completo, creando así el precedente del género.
El Extraordinario Crecimiento Contemporáneo
El extraordinario crecimiento económico de China en los últimos treinta años no es accidental. Es la manifestación contemporánea de características profundamente enraizadas en su civilización: valoración de la educación, espíritu emprendedor, énfasis en la mejora continua, y capacidad innovadora. Cuando el pueblo chino ha operado con libertad relativa para perseguir objetivos económicos, ha logrado resultados notables. El PCCH apenas si puede reclamar crédito.
La Longevidad de la Cultura: La Estructura Confuciana Indestructible
Del Romance de los Tres Reinos a la Resiliencia Histórica
Del Romance de los Tres Reinos proviene una máxima antigua: “El Imperio por tiempo dividido será reunido, el Imperio por tiempo unido debe fragmentarse, y así será por todos los tiempos.” Esta máxima encapsula la resiliencia de China, una civilización que a pesar de enfrentar largos períodos de fragmentación política nunca fue absorbida culturalmente por sus conquistas militares—hasta mediados del siglo XIX.
China se enfrentó a enemigos militarmente superiores, como los mongoles y manchurianos, pero nunca a una cultura con la fuerza de armas y la capacidad civilizatoria para borrar la suya. Ni siquiera los esfuerzos draconianos de Qin Shi Huang Di, quien mandó ejecutar mandarines y quemar libros clásicos, lograron extinguir la herencia china. Como ave fénix, la cultura china siempre renació: la dinastía sucesora formalizó precisamente el confucianismo como fundamento nacional, revitalizando las semillas que permanecían dormidas durante períodos de caos.
La Estructura del Mandarin: Estado Profundo Confuciano
Desde la dinastía Han (202 a.C. – 220 d.C.), China desarrolló una estructura institucional claramente definida: los escritos de Confucio se convirtieron en la base de una verdadera constitución civilizatoria. Los funcionarios gubernamentales no eran meros soldados o burócratas, sino académicos rigurosos que dominaban la filosofía confuciana, poesía clásica y literatura antigua. Para acceder a estos cargos, los candidatos se sometían a rigurosos exámenes en tres niveles (local, regional y nacional), requiriendo años de estudio intenso.
Esta estructura de poder mediante la meritocracia de sabios probó ser tan sólida que incluso los conquistadores externos debieron someterse a ella. Los mongoles bajo Kublai Khan conquistaron China militarmente durante la Dinastía Yuan (1279-1368), pero descubrieron que la administración de un imperio tan vasto era imposible sin los mandarines. Adoptaron la burocracia confuciana, permitiendo que la cultura china persistiera bajo dominación externa durante casi un siglo. De igual forma, durante la Dinastía Qing (1644-1912), los manchurianos que invadieron desde el norte se vieron obligados a adoptar completamente el sistema confuciano. De hecho, la dinastía Qing llegó a considerarse la mayor expansión territorial y uno de los períodos de mayor esplendor cultural chino, precisamente porque los manchúes adoptaron el sistema mandarinal.
En total, casi la mitad de la historia imperial china fue gobernada por culturas externas, y aun así la identidad china no solo perduró sino se fortaleció. Los mandarines fueron el verdadero “estado profundo”—una élite administrativa permanente, elegida por mérito y lealtad a principios confucianos, que trascendía cambios dinásticos y garantizaba continuidad institucional.
Aunque China experimentó múltiples períodos de fragmentación política, algunos durando hasta dos siglos y medio, tras cada fragmentación el imperio se reagrupaba bajo la misma estructura social. La diferencia fundamental entre China y otras civilizaciones es que sus divisiones nunca fueron existenciales: siempre existió un marco común de valores, administración y cultura que permitía la reunificación.

La Filosofía Militar: Sun Tzu y El Arte de la Guerra
La Cautela Estratégica Milenaria
La guerra, según la filosofía militar china, es una acción de estado extraordinariamente seria. No es una empresa que deba emprenderse a la ligera. Esta perspectiva permea la cultura china durante milenios, proveniente principalmente de las enseñanzas de Sun Tzu, el legendario estratega militar cuyo trabajo “El Arte de la Guerra” se convirtió en la base del pensamiento estratégico del sureste asiático. El PCCH bajo Xi Jinping no sigue esta filosofía.
Sun Tzu (literalmente “Maestro Sun”) probablemente vivió en el siglo V antes de nuestra era. Su obra maestra, “El Arte de la Guerra”, es un compendio de 13 capítulos que explora las diferentes habilidades necesarias para la conducción de la guerra. Durante 1,500 años, sus conceptos sirvieron como la base de estrategias militares del sureste asiático. Líderes históricos como Mao Zedong los utilizaron para ganar la Guerra Civil China, mientras que Ho Chi Minh aplicó estas enseñanzas para vencer a Estados Unidos en Vietnam.
Los Principios Fundamentales
El pensamiento de Sun Tzu se construye sobre un pilar central: la cautela estratégica. Sus recomendaciones reflejan una comprensión sofisticada del costo real de la guerra:
Un líder nunca debe movilizarse cuando está molesto ni atacar para vengarse. El enojo puede convertirse en placer, y el rencor en alegría, pero una nación destruida no puede ser reconstruida, ni un soldado muerto traído a la vida. Por lo tanto, el gobernante iluminado es prudente, y el general efectivo es cauteloso.
El objetivo final no es ganarle al enemigo en todas las batallas, sino ganar la guerra sin haber peleado nunca. La verdadera victoria se obtiene atacando la estrategia del enemigo, luego sus alianzas, y solo después sus ejércitos. Las formas menos deseables son atacar ciudades; el último recurso es cercar una ciudad.
La estrategia del engaño también es central: fingir incapacidad cuando se posee fortaleza; al desplegar tropas, aparentar que no lo está haciendo; cuando se está cerca, parecer lejano; cuando se está lejos, parecer próximo.
La Influencia Imperial y la Contención Estratégica
La adopción de esta filosofía fue tan profunda que cuando naciones conquistadoras dominaron China, se vieron obligadas a adoptarla también. Este factor probablemente explica por qué China, a diferencia de otras potencias imperiales, no desarrolló una expansión territorial agresiva sostenida. No tenía colonias como los imperios europeos.
En su lugar, los chinos empleaban la contención estratégica: buscaban “controlar” las naciones del norte y occidente de manera que no se unieran entre sí ni pudieran organizar invasiones coordinadas. Era una estrategia defensiva envuelta en pragmatismo.
El Distanciamiento Contemporáneo
Sin embargo, en los últimos quince años, bajo el liderazgo de Xi Jinping, el Partido Comunista Chino se ha alejado significativamente de esta filosofía milenaria. Su conducta actual es marcadamente distinta: agresiva, ostentosa con su fortaleza, impaciente en sus cálculos estratégicos, y carente de la cautela que Sun Tzu prescribía.
El PCCH ha mostrado claras intenciones imperialistas, evidentes en la creación de islas militares en el Mar del Sur de China. Esta nueva postura representa una ruptura fundamental con los principios que han guiado la estrategia china durante más de dos mil años. El PCCH, una vez más, se revela como antagónico a la verdadera tradición china.

El Siglo de la Gran Humillación: 1839-1949
La China Preeminente del Siglo XVIII
Hasta finales del siglo XVIII, China era indiscutiblemente la nación más próspera y poderosa del mundo. Su economía representaba aproximadamente el 33% del PIB global. Su población equivalía a la de toda Europa combinada con Estados Unidos. El país experimentaba un superávit comercial constante que le permitía acumular riqueza metálica, especialmente plata proveniente de Europa y América.
Sin embargo, un siglo antes del colapso de la dinastía Qing, el imperio experimentaba convulsiones internas. Las elites gobernantes, enraizadas en una visión de mundo que consideraba a China como el centro de la civilización, carecían de incentivos para modernizarse militarmente. Durante dos milenios, China había operado dentro de un sistema tributario único: los países vecinos reconocían la supremacía cultural y política de China enviando embajadas y tributos a cambio de protección y comercio regulado. Los gobernantes chinos no negociaban con otras naciones como iguales, sino que se relacionaban con ellas como vasallos y bárbaros periféricos.
Los Intentos Británicos y el Rechazo Imperial
A finales del siglo XVIII, Gran Bretaña experimentaba un déficit comercial significativo con China. Los británicos ansiaban productos chinos—té, seda, porcelana—pero los chinos mostraban escaso interés en los bienes europeos.
En 1797, el gobierno británico envió al embajador Lord Macartney con la misión de negociar con el emperador Qianlong. Macartney presentó tres solicitudes fundamentales: establecimiento de una embajada permanente en Beijing, apertura de puertos adicionales al comercio, y reducción de aranceles. El emperador Qianlong rechazó categóricamente cada propuesta. En su respuesta, expresó que China poseía todo cuanto necesitaba y no requería productos extranjeros.
Este rechazo que parecía prudente desde la perspectiva tradicional china revelaba un abismo cognitivo: una civilización que se creía autosuficiente chocaba con un mundo en transformación acelerada.
La Revolución Industrial como Factor Catalizador
La diferencia crucial entre invasiones anteriores y la agresión europea radicaba en la capacidad militar. Los mongoles y manchuríes que conquistaron China fueron asimilados gradualmente. Los europeos presentaban una combinación devastadora: tecnología militar superior y determinación de no ser absorbidos culturalmente.
La Revolución Industrial británica transformó la naturaleza del poder militar. Mientras que los ejércitos chinos confiaban en tácticas tradicionales con arcos y flechas, la Marina Real Británica disponía de navíos equipados con cañones de largo alcance. Esta disparidad tecnológica sería absolutamente decisiva.
Las Guerras del Opio y el Sistema de Tratados Desiguales
Incapaz de resolver su déficit comercial mediante diplomacia, Gran Bretaña optó por una solución radical: la venta masiva de opio procedente de India a China. A pesar de que la dinastía Qing había prohibido la importación de opio, los comerciantes británicos la contrabandeaban sistemáticamente.
La Primera Guerra del Opio (1839-1842) resultó en la superioridad naval británica abrumadora. China, mediante el Tratado de Nanking, fue obligada a ceder Hong Kong, abrir cinco puertos adicionales, otorgar a los británicos estatus de “nación más favorecida”, y pagar indemnizaciones de 21 millones de pesos de plata.
Apenas catorce años después, la Segunda Guerra del Opio (1856-1860) vio a británicos y franceses operando conjuntamente, derrotando nuevamente a los chinos e incendiando incluso el Palacio de Verano Imperial. El Tratado de Pekín profundizó la subordinación: más puertos abiertos, indemnizaciones mayores, y legalización formal del comercio de opio.
Lo que surgió fue el sistema de “tratados desiguales”—una red de acuerdos que subordinaba progresivamente la soberanía china. Incluían esferas de influencia donde cada potencia extranjera controlaba regiones específicas; extraterritorialidad donde ciudadanos extranjeros no estaban sujetos a leyes chinas; puertos de tratado bajo control comercial extranjero; e indemnizaciones perpetuas que drenaban el erario chino.

La Penetración de Múltiples Potencias y el Ascenso de Japón
Confiadas por el éxito británico, otras potencias europeas, así como Rusia y Japón, extrajeron sus propias concesiones. Francia, Alemania, Italia y Portugal establecieron colonias. Rusia expandió territorialmente desde el norte. Hong Kong y otras regiones fueron cedidas o arrendadas.
Japón ocupaba un lugar singular. Históricamente considerado “hermano menor” de China, fue forzado a abrirse a la penetración occidental cuando la escuadra del Comodoro Perry llegó en 1853. Sin embargo, a diferencia de China, Japón realizó una transformación radical: la Restauración Meiji (1868) implementó modernización acelerada incluyendo industrialización, reforma militar, y adopción selectiva de tecnología occidental.
Este éxito japonés contrastó dramáticamente con la fragmentación china. Hacia 1895, Japón derrotó decisivamente a China en la Primera Guerra Sino-Japonesa. Manchuria, la región ancestral de los Qing, se convirtió en zona de competencia entre Rusia y Japón, mostrando cuán profundamente había decaído la capacidad defensiva china.
Conflictos Internos y el Colapso Institucional
Simultáneamente a la presión externa, China enfrentaba crisis internas catastróficas. La Rebelión Taiping (1850-1864) mató aproximadamente 30 millones de personas y evidenció la debilidad del gobierno central. La Rebelión de los Bóxers (1898-1900) reflejó resentimiento popular contra la penetración extranjera, pero fue aplastada por una coalición internacional de ocho naciones.
Los intentos de reforma institucional fracasaron. El Movimiento de los Cien Días fue derrotado por conservadores. La dinastía Qing finalmente colapsó en 1912, dando paso a una República aquejada por guerras civiles entre señores de la guerra regionales.
La ocupación japonesa de Manchuria en 1931 marcó el inicio de la fase final. La Segunda Guerra Sino-Japonesa (1937-1945) fue devastadora: millones de civiles fueron asesinados, ciudades enteras destruidas, y territorio chino parcialmente ocupado. Solo con la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, China recuperó su plena soberanía territorial en 1945.
Esto fue inmediatamente seguido por la Guerra Civil China (1945-1949), que resultó en la victoria comunista y el establecimiento de la República Popular en 1949.
Legado Psicológico y Político Contemporáneo
Para la cultura china, el siglo de humillación representó una ruptura sin precedentes con su autoimagen histórica. Por primera vez en milenios, China no solo fue derrotada militarmente, sino que fue subordinada por culturas que consideraba bárbaras e inferiores.
Bajo Xi Jinping, el PCCH ha invertido considerable esfuerzo en mantener viva la memoria de este período, frecuentemente haciendo referencias a los “abusos infringidos” durante la era de los tratados desiguales. Se invoca constantemente para justificar políticas de fortalecimiento nacional y para explicar la desconfianza hacia Occidente y para tomar políticas imperialistas.
Sin embargo, los historiadores observan que esta narrativa simplifica una realidad más compleja. Durante cinco mil años de historia, China ha experimentado múltiples ciclos de fragmentación y consolidación. El siglo de humillación, aunque genuinamente traumático, debe entenderse como parte de estos ciclos recurrentes más que como una anomalía histórica total.
Conclusión: La Esperanza y el Miedo
China representa una de las civilizaciones más antiguas, resilientes y culturalmente ricas de la historia humana. Su capacidad para restaurarse, innovar y adaptarse ha permitido su continuidad durante cinco mil años. Los mandarines confucianos, con su énfasis en la meritocracia y la sabiduría, fueron los pilares que permitieron que China sobreviviera invasiones, fragmentaciones, y humillaciones—siempre regenerándose.
Cuando culturas extranjeras gobernaron China en el pasado—mongoles durante un siglo, manchurianos durante tres siglos—la cultura china los absorbió. Ellos se convirtieron en chinos; China no se convirtió en Mongolia o Manchuria.
El PCCH es diferente. No tiene intención de ser absorbido. Solo de cooptar, de controlar, de extirpar todo lo que no sea obediencia al partido. Esta es una contradicción que no se resuelve mediante reforma económica ni revisión histórica, sino únicamente mediante represión creciente—que eventualmente se vuelve insostenible.
Para el Perú, la implicación es clara: invertir en Perú es, fundamentalmente, apostar en una derivada de las políticas chinas. Cuando China florece bajo la cultura confuciana de innovación y emprendimiento privado—como ocurrió parcialmente durante la era Deng—Perú prospera. Cuando el PCCH recentraliza el control y sofoca el sector privado—como ocurre actualmente—la economía peruana sufre.
La situación es trágica para la población china: una cultura milenaria, resiliente y profundamente mercantil y emprendedora, atrapada bajo un sistema que la considera enemiga. La esperanza es que, al igual que todas las culturas que alguna vez dominaron China, el PCCH sea también eliminado con poco más que un rastro en la historia china. El miedo es que el PCCH controla el ejército.
Para los peruanos, la tarea es clara: reconoce tu exposición a China, monitorea constantemente el ciclo económico chino, y comprende que el crecimiento peruano depende no solo de nuestras políticas locales, sino de fuerzas geopolíticas que escapan nuestro control—al menos hasta que la cultura china logre liberarse del parásito que la gobierna.
Lima 02 de noviembre 2025
Francisco A. Delgado, PhD